28 de agosto de 2009

Travelling without moving


La primera jornada fue gobernada por una fina e insistente llovizna. Al partir Marcelo, me quedé ordenando un poco mi nuevo hábitat. Acomodé los alimentos que compramos esa tarde en las escasas alacenas y me preparé una comida frugal y liviana. Después de cenar, lavé los utensilios y me senté en el umbral.
Permanecí absorta en diversos pensamientos mientras contemplaba el frío paisaje otoñal. Vagué por numerosos espacios de mi mente y me hallé de pronto intentando excavar los sectores de mi corteza cerebral encargados de almacenar los recuerdos. Creí que si había perdido tantos meses fracasando constantemente con especializados profesionales, perder unos instantes con mi propia expedición no le haría mal a nadie.
Al principio de mi viaje me crucé con toda la información reciente que ocupaba la epidermis memorial. Decidida, me sumergí más adentro y traspasé la estrepitosa tormenta de mi último año y me asomé a una árida y desértica llanura. Hasta dónde alcanzaba a divisar no se veía un fin delimitado y el horizonte se presentaba inalcanzable. Comprendí que estaba en el inconmensurable y borroso vacío de mi pasado. Una monotonía uniforme reinaba allí, sólo interrumpida por infinitos y pequeños e imperceptibles huecos que formaban dolorosas cicatrices. Supe que curar semejante panorama sería un trabajo que exigiría muchísima paciencia y una dedicación extrema. Pero si algo me sobraba era tiempo para aprender a ser paciente, el aislamiento necesario para dedicarme a ello al extremo y además acababa de descubrir el camino hacia el desierto de mi memoria

2 comentarios:

  1. Me gustan los umbrales precisamente por eso, la frontera entre adentro y afuera se une, la llovizna de afuera con tu tormenta cerebral.

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  2. Lesbiana?, admiro una vez más la simpleza y precisión de tus palabras, gracias...

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