Durante el día, que comenzaba generalmente tarde, no lograba encontrar ningún espacio íntimo similar al de la sigilosa quietud de la noche. Las horas pasaban como días enteros y así la llegada de la calma nocturna se hacía desear largamente.
Me obligaba a mí misma a realizar las tareas domésticas para mantener mi cuerpo activo y mi mente mínimamente ocupada en otra cosa que no fuera fluir por infinitos pensamientos que en general se ramificaban eternamente y no me conducían a ningún sitio productivo.
Solía salir a caminar por las calles soleadas en busca de sensaciones similares a las vividas durante mis trasnoches, pero el intenso y monótono ruido urbano sólo me producía un hastío dolorosamente real y concreto. Fui abandonando las actividades bajo la luz solar (salvo para las obligaciones terapéuticas) y comencé a llevar una vida casi vampiresca. Mantenía la rutina hogareña, pero en lugar de hacerlo expuesta a las radiaciones solares, lo hacía bañada por la pálida luz de la luna.
Nuevamente la presencia del cuerpo celeste más cercano a nuestro planeta, cobraba una importancia inusitada en mi vida, como aquel fatídico día en que muté mi pasada existencia por esta otra presente, en el dominaba con su magnífica figura el firmamento estelar. Quizás existía algún misterioso designio que imantaba mi andar terrenal y me llevaba por senderos que inevitablemente acababan frente a ella.
Hasta mi extremadamente blanca piel rechazaba los terribles y poderosos rayos del astro rey, pero abrazaba con regocijo el suave y tenue brillo lunar que irrumpía en mi morada. Entonces sentía como recorría mi cuerpo la pureza de su delicada luz que contagiaba mi alma lavándola de las innumerables y resquebrajadas marcas de división que inundaban mi interior. Se producía entre nosotras una intensa e íntima comunión y cada noche algo de su poderosa magia buscaba un minúsculo resquicio en mí, se alojaba cómo un esperado huésped, permaneciendo siglos allí para luego cambiar su estado migratorio, adoptando así una forma nueva y permanente que cubría con ilimitada paciencia mis recónditas oscuridades transformándolas en radiantes focos incólumes que iluminaban una microscópica e infinita batalla.
Danzábamos inmóviles mientras se limpiaban y curaban mis heridas, elevando mi espíritu y fortaleciendo mi ser. Comenzaba a creer que el extremo desequilibrio en el que había sido arrojada hace meses iba disminuyendo, encaminándose hacia una saludable y mejor situación de tablas entre mis partes.
Mi oscuridad se veía por primera vez desafiada por una imperceptible pero potente luminosidad que plantaba una firme resistencia y conquistaba en cada lucha nuevos e inhóspitos territorios.
La luna es testigo y a veces causa de muchos pero muchos sucesos. La dama muda que te ilumina. Que, en el firmamento, guía acciones.
ResponderEliminarSi me lo pongo a pensar, es increíble lo mucho que acontece por ella, para ella, con ella, o gracias a ella.
Me gusta muchísimo como describís, me encanta, me fascina.
Las palabras me van llevando solas, mi mirada es presa de su significado. Espectacular tu magia narrativa.
¡Saludos!
Chicapentaprisma.
Gracias Chicapentaprisma por tus hermosísimas palabras!!! La verdad es increíble todo lo que me decís, mil gracias!!
ResponderEliminar😁
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