31 de julio de 2009

Jugo de Luna


Poco a poco, empecé a recuperarme, lentamente.

Pasaron varias semanas más en las que fui sometida a diversos estudios de toda clase, analizaron mi estado clínico, mi estado traumatológico, mi estado cerebral, todo iba recuperando la normalidad, todo menos yo.

En el hospital me trataron con eficacia y no puedo quejarme ya que recibí una atención privilegiada, pero a pesar de ir recuperando la movilidad, de dejar de sentir los intensos dolores del principio, de evolucionar constante y favorablemente hacia el alta, lo que más me importaba seguía intacto, tan intacto como al despertar aquel día, todavía no tenía ninguna idea de quién era.

Ansiaba irme del hospital para poder concurrir a los diversos especialistas a los que seguramente me derivarían para tratar mi estado emocional.

No era que estuviera quebrada psicológicamente, mantuve una fortaleza sorprendente, pero el quiebre entre mi yo actual y mi yo perdido me provocaba un importante enojo hacia el mundo que me rodeaba, no mejor dicho, un profundo odio hacia la mujer que había sido antes.

Debo haber sido una paciente complicada.

Mientras tanto, Marcelo seguía visitándome.

Así fue cómo me enteré que él había presenciado mi accidente y que era él quién había llamado a la ambulancia, era gracias a él y a su rapidez para reaccionar que estaba viva, vacía, furiosa, quebrada, pero viva al fin.

Supe que la conmoción que sufrió al ver cómo mi automóvil se estrellaba, lo impulsó a seguir a la ambulancia y a interesarse por mi estado.

Que al fracasar el personal hospitalario en el intento por contactar a mis familiares, él insistió en quedarse a mi lado hasta que lo lograran.

Hasta supe mi nombre (el que tenía mi otro ser, el que me provocó esto, el que había sido antes del choque).

Pero eso no me interesaba por el momento, no eran más que letras ordenadas para dar sonido a una palabra sin sentido para mí.

Mi nombre (o el nombre de la dueña de mis recuerdos) molestaba mis oídos, su resonancia ni siquiera me gustaba, me causaba la misma repugnancia que todo lo relacionado con mi nebuloso pasado.

Cómo Marcelo, al relatar una y otra vez a mi pedido, iba agregando más y más detalles al accidente, comencé poco a poco a vislumbrar la escena.

Vi el Peugeot 504 rojo que conducía ella (no puedo nombrarla, ni usar la primera persona como si fuera yo), la calle empedrada, los postes de iluminación, los árboles de la vereda, la fábrica, las casas vecinas, las baldosas de las veredas, los cestos de basura, un viejo edificio de 4 pisos, el cielo negro y estrellado y en ese cielo, brillando intensamente, una enorme luna llena.


En ese momento, supe que mi nombre era Luna.

Banda de sonido: Jugo de luna - Gustavo Cerati

1 comentario:

  1. ¡Qué fuerte! La verdad es que cada entrada tuya me deja sin palabras. Pero quiero establecer mi huella aquí, ya que te leo y quiero conocer tu historia.
    Beso!

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