4 de agosto de 2016

Jugo


Finalmente, tras innumerables intentos con igual cantidad de incontables fracasos, Marcelo logró que aceptara salir con él en algo parecido a una cita. No sé bien que motivó mi cambio de postura, si su perseverancia eterna, si me aburrí de rechazarlo o algo en mi mente se movió e hizo que mi boca pronunciara un "bueno dale" sin que mi mecanismo de numerosas cerraduras se accionara a tiempo.

Ese fue el principio del fin. O el fin de mis principios solitarios.

No pasaron muchas salidas que ya nos habíamos besado. A diferencia de mi encuentro con Soledad donde todo había sido puro vértigo e instinto, con Marcelo las cosas eran más tranquilas, siempre priorizando mis tiempos y deseos pero sin aflojar ni medio centímetro en su objetivo.

Unas semanas y ya éramos novios formales.

¿Qué sucedía conmigo? Muchas veces me lo preguntaba pero intentaba no enredarme demasiado en cuestionamientos, por primera vez estaba logrando aceptar un amor que me daba tranquilidad. ¿No era eso al fin y al cabo lo que muchas perseguían y deseaban?

¿Pero yo que deseaba realmente? O ¿mi yo perdida que deseaba antes de ser ésta de ahora?

Basta! Me repetía una y otra vez para alejarme de mis fantasmas y mis reparos.

Así pasaron los meses y a medida que transcurrió el tiempo fui logrando relajarme bastante y aceptar mi nueva situación de vida. Comencé a apreciar y a disfrutar la compañía íntima de Marcelo, nuestras salidas a cenar, al cine o teatro, incluso a pequeñas reuniones sociales con su círculo más íntimo (luego de mi gran interpretación psicótica evitamos las grandes fiestas).

Mi cuerpo fue el primero en interpretar mi nuevo papel de novia. Mi piel aprendió a sacudirse con las yemas de sus dedos, mis poros a sentir su cálido aliento, mis labios a recibir la humedad de los suyos, mi olfato a disfrutar su aroma, mis manos a recorrer sus protuberancias, mi tacto a conocer sus rincones, mi gusto al sabor de su deseo, mi cintura al poder de sus brazos, mi cuello al roce de sus suspiros, mis oídos al canto de su éxtasis, mi vulva a abrazar su virilidad.

Luego fue el turno de mi mente. Ese toro salvaje que no se dejaba domar. Este proceso fue arduo y extenso, cuando la visitaba comenzaba a notar ciertas e imperceptibles nuevas suavidades. El paisaje árido de mi cerebro comenzaba a mutar de forma casi invisible para la mirada de un extraño pero yo había aprendido a observarlo detenidamente y podía descubrir ese proceso. Si bien era incipiente noté que también era irremediable y que lo mejor era entregarme a él.

Así fue como cuerpo y mente interpretaban a diario el papel de pareja y como yo comenzaba a construir nuevos cimientos ya no sólo individuales. El entrenamiento intensivo hizo que la flamante maquinaria se aceitara casi sin inconvenientes y pasado un año lograra incluso sentirme cómoda y hasta llegara a disfrutar de mi nuevo rol.

Pero ¿y el espíritu? En el fondo recóndito de mi ser ¿amaba a Marcelo?

Banda de Sonido: Jugo - Illya Kuryaki & the Valderramas

No hay comentarios:

Publicar un comentario